CRÓNICA, PODCAST, FOTOGRAFÍA, ARTE, TRANSMEDIA

21.12.12

Tulio Bayer en Estados Unidos


Por Tulio Bayer

[Epub]

El verano de 1956 me vio en Ann Arbos, Michigan.
English Language Institute. En uno de los hospitales me encontré con nuestro compañero Uribe Botero. Iba estudiar Ginecología. Le hablé del curso que iba a darle a mi vida. Especializarme en farmacología, en Harvard Medical School. Eso sonaba bien. El mundo alucinante de las drogas visto desde el ángulo de la investigación pura.
Uribe, que hacía un curso de posgraduados visitando hospitales parecía ya poseído de ese “way of life” norteamericano que comenzaba a absorberme a mí también. Nos parecía que por fuerza teníamos que verternos al yanqui, para salir del desorden, de la pobreza, del abandono de nuestro país.
A ese natural proceso de norteamericanización no era enteramente ajeno el curso de inglés en el English Language Institute, al cual asistíamos.
Nos inducían a leer libros sobre el modo de vida yanqui, presentándolo con color de rosa.
Asistíamos al curso estudiantes de 32 nacionalidades, la mayoría ricos y la mayoría Latinoamericanos.
Entre los pobres, me hice amigo de un obrero yugoeslavo. Llevaba cinco años en U.S.A trabajando. Quería nacionalizarse y no sabía ni una palabra de inglés. Apenas si había aprendido lo necesario para cumplir jornadas de trabajo en las que ahorró lo que tenía.
El curso era bastante caro y en mi caso lo pagaba el ICETEX (Instituto colombiano de especialización en el extranjero), entidad de la que obtuve un préstamo. Me informé de que para obtener el préstamo en el ICETEX, era esencial hacer el curso en el E.L.I., esto es, que en ningún caso, un estudiante ayudado por el ICETEX, podía dejar de hacer el curso en  el E.L.I.
Ambas entidades tenían entre sí un contrato exclusivo. De modo que no era el ICETEX sino el E.L.I. el que daba lo que podría llamarse “la visa idiomática” y abría las puertas en las universidades norteamericanas, detalle que algunos encontraban muy cómodo y práctico y que a mí me ayudó a comprender al yugoeslavo, al E.L.I y al ICETEX.
Evidentemente, el estudiante compelido a obtener un préstamo, tenía que somete someterse al convenio ICETEX-E.L.I., el ICETEX a su turno a la tarifa del E.L.I., y de esto estaban muy satisfechos los gerentes de las dos entidades amigas, aunque no tanto el yugoeslavo y yo.

El costo del curso lo pagaba en mi caso un obrero colombiano desconocido, puesto que tú sabes también como yo, Pacho, que la inmensa mayoría de los beneficiados por el ICETEX no devuelven al país lo que se les ha ayudado adquirir. En ciertos casos, lo que el ICETEX les sirve es para desnacionalizarse, e ingresan a la vida del país a donde los envían. En otros, devienen personajes y nadie puede exigirles el estricto cumplimiento del contrato. Hay casos en que la integración es imposible: han estudiado música de jazz, lepidopterología prehistórica o, hablando concretamente, especialidades que en la estructura de nuestro país no pueden ser ejercidas sino privadamente, muy privadamente, como por ejemplo la radium-terapia y el tratamiento y diagnóstico a base de isótopos radioactivos, de donde resulta que el obrero desconocido de mi historia, contribuye a pagar el enriquecimiento de un especialista destinado a los millonarios.

De todos modos, nuestro costoso curso intensivo incluía alojamiento y una dieta cuyas calorías estaba minuciosamente calculadas para un campo de concentración ciertamente privilegiado: 2.010 calorías, según cálculo que hicimos el médico Gaitán y yo.

En cuanto al curso en sí mismo, consistía en “patterns”, frases hechas repetidas hasta el cansancio. El obrero yugoeslavo que durante cinco años se había entendido solamente con máquinas, progresó asombrosamente en el curso.
En lo que a mí se refiere, yo hablaba desembarazadamente del inglés antes de este curso experimental. El “I am from South América”, para evitar que diciendo Colombia, la confundieran siempre con Columbia; el “Very nice is n’t” y sobretodo el “Are you happy” acabaron por crearme una neurosis. Si el curso se hubiese prolongado hubiese acabado por olvidar la lengua de las alegres comadres de Windsor.

………..

Una tarde, en ese mismo Ann Arbor, estábamos sentados alrededor de una mesa de una heladería-que no me explico por qué capricho idiomático llaman cafetería- varios “muchachos” latinoamericanos: dos médico brasileros, un ingeniero mexicano, un cubano, una linda muchacha caraqueña, cuando sobre la mesa, como Lindenbergh sobre el Atlántico, una mosca solitaria, venida de no se sabe que rincón rociado con una dosis subletal de veneno, comenzó a hacer aterrizajes y decolajes.
Era una mosca doméstica, una mosca que todos seguimos con ternura, con nostalgia patriótica.
Y yo pensé que si la rata simboliza a los de las Juntas, a la oligarquía, la mosca debe ser para los Yanquis y para nuestros oligarcas vendidos a ellos, el símbolo del pueblo.
De lo que ellos quiere que sea siempre el pueblo, nuestros pueblos: que se reproduzcan en las basuras, que vivan de las obras de los banquetes, que resistan todos los tóxicos. Que estén solamente en las viviendas pobres, jamás en las mansiones; que vivan algunas para poder vender insecticidas y que mueran en donde sea necesario que mueran.

………..

Semanas después partía yo para Boston, en ferrocarril. Un ferrocarril puntual, sin paradas para que orine el maquinista, sin detenciones imprevistas para que suba el obispo Builes con las gallinas de la ofrenda.
Por este tiempo yo todavía pensaba, tal vez como tú, que se podía educar al pueblo, que era posible mejorar la patria sin necesidad de tumbar a la oligarquía. Para mí los ricos no eran todavía hampones. Era algo así como un burgués progresista: ni siquiera llegaba a ser un socialista utópico.
El otoño en Tecnicolor del New England transcurrió para mí, instalado ya en el departamento de farmacología de Harvard Medical School.
Comenzaba a aparecer para mí otra dimensión de la patria, mientras un cuartito, mi cuartito del tercer piso de una casa de familia Mr. And Mrs. Perry se iba llenando de Pocket Book. Libritos de bolsillo sobre todos los temas, desde botánica hasta quiromancia.
¿Joby? No, no era hobby, Pacho. Era una autoconsigna para gastar los “quarters” en un libro, en vez de invertir esos 25 centavos en un paquete de cigarrillos. Fumaría menos, pero aprendería más. Quería traducirme al inglés, lo cual era evidentemente contrario al “way of life” norteamericano.
El dueño de la casa, por ejemplo, no podía comprender cómo podía estar interesado en “so many subjects”. Pero sus dos niñitas sí lo comprendieron, cuando un día le ayudé a hacer la tarea escolar a una de ellas. Le habían pedido cinco inventos de Tomás Alva Edison. Ella sabía solamente uno: la bombilla eléctrica. Yo le dije los otros cuatro.
Mi cariño por Mary, que contaba entonces 7 años y a quien yo apodé Rabitt, nada tenía que ver con las nínfulas. Ni con “Lolita”, específicamente. Pero sí estaba tocado de un cierto sentimiento de solidaridad. De mutua confusión frente al mundo.
Ella amaba a sus muñecas y los programas de Mickey Mouse en el T.V., de cuyo club era socia. Pero odiaba ciertos aspectos tramposos de sus estudios. Odiaba los deberes insidiosos que le imponían en Aritmética y en Geografía.
-“¿Por qué siempre, en los problemas de Aritmética miden con metros malos a los que siempre les falta pulgada y media?” Y -“¿Por qué inventaron tantos países?”

Por mi parte yo amaba la farmacología, de cuyo club comenzaba a ser socio. Pero no podía odiar la vida, como parecía quererlo el Jefe de mi Departamento, el Herr profesor Otto Krayer.
Trabajar para Krayer (1), como un maniático, sin ubicarme en el drama circundante.
La preparación cardiopulmonar en el perro parecía ser el leitmotiv de su vida. Pronto me dí cuenta de que “le revolvía guadua al asunto” como decimos en Antioquia, esto es que no era ciencia pura, investigación pura, que detrás de la pureza de muchas investigaciones estaban los cheques bancarios.
Fui por algún tiempo ayudante de Krayer en la preparación cardiopulmonar. Me pareció algo importante y el la hacía, además, dramática. Llegar a dominar su técnica, me pareció que era un paso en mi carrera experimental.
Deseoso de colaborar con mi “staff” de Manizales, les escribí largas cartas con dibujos y todo, diciéndoles lo que estaba haciendo en Harvard. Sin embargo, yo estaba midiendo con un metro al que le faltaba pulgada y media.
Porque… ¿se podía hacer una preparación cardiopulmonar en el perro, siquiera una vez al mes, en cualquiera de las siete facultades de medicina de Colombia? ¿Sería más útil que otras preparaciones menos costosas y menos complicadas?
La respuesta a estas preguntas es que en el momento presente no se ha hecho tal preparación en Colombia.
De adoptarla como técnica usual, con todo el costo que la operación demanda en nuestro medio, ¿se podría dedicar, como lo ha hecho Otto Krayer  a investigar durante  veinte años,  sacrificando hasta diez perros por semana,  los efectos de la veratridina en el sistema cardionector  del corazón del perro?
Este es un lujo  que solamente pueden darse  en U.S.A.  Y   el hecho  es que, como decía Mary –the Rabbit- “han inventado muchos países”
De todos modos, la cuestión que por entonces  me preocupaba involucraba decidir si me iba a quedar en U.S.A. o si iba a regresar a Colombia.
Como colombiano, era evidente que la aparatosa  preparación cardiopulmonar  carecía de interés para copiarla en las actuales condiciones sociales, económicas y científicas de nuestro país.  Era como si un profesor de Literatura  dedicara seis meses al año a enseñar  “idiomas bereberes comparados”.
Me hice pues adscribir al trabajo de investigación que realizaba un joven sabio finlandés,  Matti Paasonen, recién llegado de Helsinki.
Llegamos a ser grandes amigos.  Con él y con su esposa Eve, despejamos muchas incógnitas de  nuestras comunes ecuaciones vitales.
A Paasonen le debo una cosmovisión del funcionamiento de la farmacología en dos mundos  que “inventaron”: el socialista y el capitalista.
Laboriosos como una hormiga, tenaz como una hormiga, pálido, serio, parco, con una sonrisa bonachona, Paasonen  conocía  ya todas las pequeñas grandezas y las grandes pequeñeces del mundo científico.  Su sabiduría  me la fue dejando en fragmentos, desparramada en cortas y cautelosas  frases dispersas.  Frases que con los años he vuelto a recoger  como los mahometanos juntaron las tablillas  en las que fue escrito El Corán.
Y, en cierto modo, lo fundamental de lo que  él  me enseñó, bien podía ser que  “no hay más  hombres que el hombre, un solo hombre  y ningún hombre fuera de él”.
Para  ese hombre, por ese hombre, trabajaba febrilmente  Paasonen.
Solamente por la noche podíamos ir a su departamento, en donde  Eve nos preparaba una comida finlandesa, echando siempre de menos el sabor de los condimentos nativos, mientras Matti suspiraba por estar entre los vapores calientes de la sauna.
Trabajábamos en una investigación sobre 5 H.T. (cinco-hidroxitriptamina),  sustancia  que había que recuperar  en la orina de ratas blancas, previamente inyectadas con ella.
Luego había que sacrificarlas e identificar y dosificar la sustancia fijada en el tejido  cerebral, operación que exigía gran destreza  y sincronización de todos los pasos del experimento, a fin de no dejar evaporar los solventes utilizados.   Yo  iba a la zaga del endemoniado finlandés.
Paasonen llegaba a hacer en un día, treinta operaciones completas mientras yo,  con dificultades,  llegaba solamente a cinco.
Hablando en colombiano, Paasonen  mataba correctamente  seis veces más ratas que yo.  Transpiraba felicidad  realizando,  con abundancia de animales  y de medios de experimentación,  con riqueza de reactivos,  con elementos suficientes,  una experimentación que había iniciado  en su país,  de acuerdo  con el  Gobierno de su país,  en continuidad y conexión con auténticos  sabios de su país.
No era un huérfano como yo.

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El  bioensayo de la 5 H.T. me lo enseñó  a hacer Paasonen utilizando el corazón de un molusco: la Venus Mercenaria.
El nombre de este molusco no podía dejar de asociarlo con Colombia en mis conversaciones  con Paasonen sobre temas colombianos.
En una ocasión se me evaporaron los solventes  de unas muestras  y en el fondo de vasos y tubos  de ensayo  aparecieron unos hermosos  y rarísimos cristales.
Fui a lavar los “cacharros” no sin mostrarle a Paasonen las formaciones cristalinas que testimoniaban mi ineptitud.  Eran unos finos cristales  siempre dispuestos en forma de telaraña.  Me atreví a preguntarle  si él creía que tales cristales  pudieran ser  de 5 H.T., a lo que me respondió,  como es lógico, que aquello era cuestión  que sólo podía definirse con las meticulosas técnicas  de un especialista en cristalografía;
Los experimentos  de Paasonen atrajeron a algunos visitantes  y entre ellos a psiquiatras  ya que, como sabes, la 5 H.T. ha traído algunas luces  a la interpretación de las enfermedades mentales, especialmente de la esquizofrenia.
Entre las muchas preguntas que  los visitantes le hicieron a Paasonen estuvo la de que si la sustancia cristalizaba.  A lo cual, con su sonrisa bonachona, Paasonen le respondió:
-“En el caso  de que cristalice, el primer trabajador que vió esos cristales fue el doctor Báyer de Colombia”.
Fue una exquisita ironía.  Ni él ni yo estábamos buscando cristales y ni él  ni yo estábamos en capacidad de decir de qué sustancia eran las formaciones cristalinas que se formaron.   Pero esta escena me hizo evocar a Colombia, en donde al visitante  le hubiesen respondido sin vacilación:
-“Sí, señor Ministro, como no, su Excelencia, aquí encontramos ya los cristales, por casualidad, como todos los grandes descubrimientos  y ya Bonilla Naar les tiene dedicados un poema y varios sonetos”.
El verdadero aspecto vergonzoso del subdesarrollo consiste en esto, precisamente.  Nuestro para cuestiones  científicas son Obispos,  señoras de la caridad, políticos semianalfabetos, contrabandistas, ex-vendedores, pedantes leguleyos, ricos de Medellín a quienes todos quieren halagar.
Y nuestros cine-científicos y tele-científicos,  siempre les dicen que sí a los Obispos y a los ricos.  Todo lo saben, todo lo han encontrado.
No existe pues una conciencia científica nacional.  La experimentación científica es “para la venta”.  Está transformada en otro capítulo de la picaresca.  Es Venus Mercenaria, Pacho.
Huyendo de mi Patria, conociendo la elegida en el camino que me era más familiar, el de los libros, pasaba de la experimentación con 5 H.T. a los textos elementales de Mary, The Rabbit.
Trataba de olvidar a mi Patria, de la cual me despedía en su más simbólico templo: el Hospital de Tuberculosos  de Santa Clara de Bogotá.  En esa institución  trabajé  como interno meses anes de mi viaje a U.S.A.  Dejé allí dos grandes amigos, dos auténticos y honestos investigadores que ojalá no frustre nuestra sociedad: los doctores José Antonio Rubio y Germán Navarro.
 El último de los mencionados es el mismo que demostró su hombría de  bien en el caso del “poderoso Bexel” frente al hampón que desempeñaba la función teórica de defender al pueblo de una estafa sangrienta a la fe pública;  un tal Dr. Angulo, Ministro de Salud Pública, que le exigió la renuncia  al Dr. Navarro y lo destituyó luego –cuando se negó a renunciar- porque tanto Navarro como el resto de la opinión del país, deseábamos  y teníamos derecho a saber por qué tenía que renunciar Germán Navarro a su cargo de Jefe de Control de Drogas, Alimentos y Cosméticos.
La razón es que Navarro analizó el producto “Bexel” lanzado al mercado por el monopolio vendedor de medicamentos que encabeza Joaquín Vallejo,  hoy  Ministro de Hacienda.   Encontró  que este producto cuyo precio es considerable, era completamente ineficaz para curar un sinnúmero de enfermedades  para las cuales se aseguraba que era eficaz.
Encontró lo que nosotros llamamos incompatibilidad, tanto de orden químico como farmacólogo.  Y ordenó recoger el producto del mercado, se  negó a autorizar su venta.  Pero el monopolio que preside Vallejo había invertido en la propaganda –que se hizo inclusive  con avionetas que llenaron los cielos de  nuestras ciudades con la “buena nueva” de la aparición del producto- algo más de un millón de pesos.   Por ello Navarro fue destituido.  Y actualmente el Dr.  Angulo es director Científico de AFIDRO (Asociación de Importadores y Fabricantes de Remedios) siguiendo la tradición de que en  Colombia la estafa y el Gobierno están  en las mismas manos.

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No te puedo hablar largamente del Hospital de Tuberculosos de Santa Clara.  Ese hospital es una elocuente radiografía de Colombia.  Esa Colombia que Germán Navarro y yo amamos, demostrándolo con hechos.   La Colombia engañada que espera, en largas hileras “la inyección de aire en el pecho”,  el neumotórax artificial,  ya en desuso en todo el mundo, a las puertas de la consulta externa de Santa Clara; en los lluviosos y fríos amaneceres bogotanos.  Y que cree, en su infinita ignorancia, alimentada por la radio, propiciada por el Ministerio de Salud Pública, estimulada por la televisión, lanzada en hojas volantes con las que se bombardea en forma no menos criminal que con bombas;  la Colombia –repito- que cree que el “poderoso Bexel”, el “atómico Bexel”  (2) ,  va a curarlos de la tuberculosis.  Es la Colombia en la cual pensaba yo, frente a los textos elementales de Mary, the Rabbit,  preguntándome echandiescamente  (3) “Y la Farmacología experimental en Colombia ¿para qué?
Tú puedes estudiar en U.S.A. cirugía de mano, por ejemplo.  Y regresar a la Patria, encerrándote hasta un cierto lindero, en una torre de marfil.   Tus ingresos no serán muy grandes, al principio.  Nuestros millonarios no te llamarán, tal vez te llamen de urgencia, preferirán hacerse operar en U.S.A.
No obstante, remendarás muchas manos, muchas manos agradecidas, muchas manos útiles, muchas manos honestas, muchas manos proletarias.   Y  los ricos acabarán por utilizar tus conocimientos.  Como no eres dado a preocuparte por los fenómenos sociales, no creo que en ese caso hipotético de  tus estrecheces iniciales,  como cirujano de mano llegaras en tus meditaciones a algo más que  a preguntarte si no existiría en el mundo otro sistema que evaluara más justamente las manos de la Patria.
Dentro del mismo esquema individualista, tú triunfarías como cirujano de mano, del mismo modo que lo has hecho como cirujano general, tal vez sin necesidad de participar activamente en el hamponato.
No ocurre lo mismo con el ejercicio de la Farmacología.
Se puede escoger la especialidad de farmacólogo para combinar la enseñanza médica con la investigación.  En Colombia no existe la una ni la otra.

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La enseñanza médica funciona de acuerdo con el precepto inaugurado por  Braulito Henao Mejía, Decano de la Facultad de Medicina de Medellín y según el cual “los pobres y los negros no son aptos para estudiar Medicina”.
Recordarás que esta notable declaración nos lanzó a una huelga cuando estábamos terminando nuestra carrera.  Y recordarás  que los que ya estaban matriculados en la Facultad fueron los últimos  pobres y negros que pudieron estudiar Medicina de Antioquia.
Ignacio Vélez Escobar, que fue el Decano que sucedió a Braulio Henao Mejía y que luego ha sido alternativamente Rector de la Universidad, Decano, Gobernador del Departamento, decano, ha sido el abanderado   - junto con otros ganaderos ricos-  de la reforma de los estudios médicos en Colombia, cuyo principio fundamental es precisamente impedir que estudien los pobres y los negros.
No podrás negar  que la enseñanza médica funciona en Colombia con este precepto, derivado de la influencia yanqui, consecuente con el propósito que  Ignacio Vélez Escobar  otros médicos millonarios –postgraduados en  U.S.A.-  se han  hecho de convertir nuestras Facultades de Medicina en copias de  Tulane University.
Copias al carbón, burdas copias que como el experimento  de la Facultad de Medicina de Cali, financiada por la Rockefeller Foundation, está destinado a despersonalizar al país, a crear lo que en México llaman pochos, esto es,  colombianos que no sienten la Patria, que viven en función de lo que pasa en los Estados Unidos.
Este singular y ridículo experimento de la Facultad de Medicina de Cali en donde se llegó hasta dictar clases en Inglés, ha demostrado  ya que se fabricaron médicos para trabajar en U.S.A. sin ser norteamericanos y sin ir a trabajar  en los Estados Unidos, sino en nuestros insalubres pueblecitos colombianos.
Se dedicaron a fabricar un subproducto de la civilización yanqui, desadaptado al medio, avergonzando del medio, despreciado por el pueblo colombiano y despreciado por… los amos.
En cuanto a la investigación científica, dejo que medites un poco y saques tú mismo la conclusión.
Los “ases” son Uribe Cualla en Medicina Legal y Toxicología.  El profesor Gonzalo Montes Duque en Farmacología y en Control de Drogas.  Edmundo Rico en Psiquiatría etílica y  francoparlante.  Bonilla Naar en el resto de las especialidades –conocidas y en algunas de las desconocidas-.
¿Cuál es el aporte colombiano al avance de la ciencia médica?

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De manera que la educación médica es un calco servil, la investigación es una caricatura para “descrestar” incautos, un modo de deslumbrar Obispos y ricachones.
Te regalo pues, Pacho, como en el poema de Bonilla Naar (también poeta), la investigación científica colombiana,  con todos sus burdos experimentos en carne humana, con sus lagartos y latifundistas, con todos sus caimanes y sus  cruces de Boyacá, con todos los ex-vendedores  de repuestos de máquinas Singer metidos a diseñar nuevas frogas genéricas, con sus agentes visitadores de médicos que nos enseñan cómo curar nuestros  enfermos con todos sus secretos para curar las enfermedades que no han podido curarse en otras partes del mundo, con todas las técnicas de Bonilla, con todos los grandes descubrimientos de Kalman Mezey, con los asombrosos hallazgos científicos del profesor Piringer, con los “papers” de todos los “masters” y de los sub-masters, con las bendiciones del Cardenal Concha, con la muralla de piedra, de sangre, de cal y de historia que nos separa de los Estados Unidos.
Le queda un camino distinto a un farmacólogo.  Adscribirse a lo que llaman la investigación en un laboratorio fabricante de drogas.   Te mostraré cómo es ese camino.
En Harvard Medical School, por ejemplo, las investigaciones  están financiadas por grandes monopolios, por casas fabricantes de drogas que explotan es mayor o menor grado la ignorancia colectiva.  También está financiada por  los potentados de todos los países del “mundo libre”.
Adscrita a la Escuela de Medicina, la investigación en su aspecto económico parte de la base de una matrícula cara para los estudiantes.  En 1955 la matrícula de un estudiante costaba mil dólares.
El cupo de estudiantes está limitado en Harvard a 120.  Llama la atención observar que este grupo de estudiantes es siempre un cóctel racial.  No hay negros norteamericanos, pero  sí los hay de otras latitudes, hijos de magnates de todos los puntos cardinales.  Afluye pues dinero de todo el mundo,  en busca de un título obtenido en Harvard.
Y del lado nativo, los grandes trusts, las Juntas de Beneficencia de allá, un centenar  de norteamericanos especialmente, crean los enfermos, las enfermedades y los problemas.  Problemas que con posterioridad, o simultáneamente, investigan los sabios favorecidos por ellos.
Son pues estos archimillonarios los que hacen los hospitales, las Universidades y los frenocomios, tanto  como los enfermos que van a habitarlos.
Es este el modo que tratan de implantarnos en gran escala, Ignacio Vélez Escobar y demás científicos de la reforma universitaria.
Y antes de pasar adelante, y mostrarte mi experiencia colombiana en un laboratorio fabricante de drogas, es bueno que te haga algunos comentarios sobre “el modelo” norteamericano,  sobre mis experiencias en yanquilandia, que permitan sustentar las precedentes afirmaciones.

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Comenzaré por mencionar ciertos problemas protuberantes en la civilización yanqui, como el alcoholismo y el tabaquismo crónicos, el aumento de las enfermedades  mentales y de los diabéticos por el enfoque capitalista de la profilaxis, el vicio de la cocaína, de la heroína, de la marihuana y de otros tóxicos entre los universitarios: la delincuencia juvenil.
Pero sobretodo me referiré a algo que lesiona la libertad individual, que automatiza la población y le recorta su desarrollo mental:  a la propaganda intensiva por la radio, por la televisión, que llegó en sus exquisiteces a influir hasta en el umbral subconsciente: transmiten programas comerciales superpuestos a otros programas que son los que conscientemente ve, o escucha y mira, el ciudadano, frente a su aparato radio receptor o televisor;  pero simultáneamente, a altas velocidades, imperceptiblemente, le están haciendo un bombardeo  de sugerencias a su cerebro para que se convierta en comprador, en consumidor de determinados productos.
Llenar la mente humana, pero sobretodo la infantil, de basura, es tan grave como llenar los alvéolos pulmonares de humo, así en Harvard nieguen  que ese humo provoca el carcinoma pulmonar; pero todo esto se llama libre empresa, Pacho.
Se comienza por proclamar que la libertad individual no está limitada en esa dichosa democracia sino por el perjuicio a terceros, pero si el causante del perjuicio es un millonario tiene un poco más de libertad individual que los otros. That’s it.
Por otra parte, y como ya te lo dije, los millonarios yanquis son muy generosos. Devuelven a la humanidad grandes sumas de dinero, lo cual les rebaja los impuestos y les asegura una medalla o una placa de mármol en los salones de una Universidad o de un hospital de renombre mundial
Y los sabios de allá, por descontado que no son sabios de tres cuartos de hora diarios, como lo que se usan aquí. No llegan apurados, procedentes de una reunión politiquera, afanados por llegar una hora después a uno de los otros cinco o seis puestos que tienen, y le dicen al ayudante poniéndose la blusa blanca: -“¡Apúrate que vamos a investigar”.
Los sabios de allá trabajan de tiempo completo. Y de por vida, naturalmente.
Unos trabajan engañados por el lema “la ciencia por la ciencia”. Otros absorbidos por la investigación misma. Pero más frecuentemente de lo que se piensa, porque son lo suficientemente astutos para dedicarse a lo que les gusta y les garantiza un “standard” de vida aceptable, sin preocuparse de dios ni del diablo.
Albert Einstein, en sus conversaciones con Max Planck, decía que si un ángel bajara del cielo a sacar de esos templos de la Ciencia que son los laboratorios, a todos los que estuvieran allí por razones distintas al avance de la Ciencia, sacaría a muchos y entre ellos a los más inteligentes.
Apreciaciones del viejo Einstein, que a mi juicio conocía bien las motivaciones del mundo capitalista, ya que en ese mundo vivió; y porque se supone que los ángeles no bajan a los laboratorios soviéticos.

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Pero detengamos un rato el parangón entre los sabios colombianos y sus equivalentes yanquis, para volver a los textos de Mary the Rabbit y contarte que una tarde corregí en uno de sus mapas los linderos que en U.S.A. le habían dado a nuestro país, robándose el trapecio amazónico.
Exaltado por esta mutilación tipográfica, recuperé a punta de lápiz rojo no solamente el selvático trapecio sino el territorio de Panamá, con canal  y todo.
La corrección suscitó un debate en la cocina de Mrs. Perry. Intervino también Mr. Perry trayendo de sus libros una Enciclopedia Norteamericana.
Y para sorpresa de Mr. Perry y asombro mío, acostumbrado como estoy a las mentiras de los “historiadores” colombianos, en la Enciclopedia contaban punto por punto los detalles del robo que nos hicieron de Panamá, hasta con una cierta fruición de gangsters. Así pues en U.S.A. no siempre fabrican la historia. Al menos la de uso local. O puede ser que como los adulteradores de leche de Manizales, tengan una vasija aparte para la verdad.
Míster Perry y muy especialmente su esposa, se sintieron en cierta forma avergonzados conmigo. Porque el pueblo Pacho, es sensible y honesto. Es “muy legal”, como dicen nuestros montañeros. Ambos me dijeron que estaban “very sorry” con el robo del istmo de Panamá. Y le explicaron a la compungida Mary que yo no le había dañado el mapa, sino que lo había compuesto, porque ese mapa era así.

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Aquel invierno fue el más frío; en los diez años precedentes no había caído tanta nieve. Fue el invierno en el que murió Humprey Bogart. Un invierno en el que contemplé demasiado los desnudos árboles cristalizados, cubiertos de copos y copos de nieve, y la manera como la luz de los innumerables anuncios de neón se quebraba contra esos cristales de hielo en una gama infinita de luces de colores. Destellos que hacían juegos fantasmagóricos, como si el propio Walt Disney estuviera dirigiendo aquella fiesta de nieve. Una nieve que yo veía caer del cielo por primera vez.
Fue el invierno en el que descubrí dos cosas fundamentales en mi vida: que amaba mi Patria y que en cualquier latitud del mundo en donde estuviera, tendría que luchas contra las Juntas.
Además de este par de elementales descubrimientos mi viaje a U.S.A. resultó rico en claridades ideológicas. Puedo decir como José Martí que viví en el vientre del monstruo.

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Además… vi caer la nieve a la orilla de la mar, fenómeno que no sabe explicar ningún Senador de la República.
Los sábados, como cualquier proletario colombiano que no tiene teatro gratuito, ni parque gratuito, ni zoológico gratuito, traté de emborracharme. Y como pobre, acudí a la tap beer, una cerveza barata que es la negación de la bebida espirituosa y el mejor diurético que he conocido.
Estuve en sitios como el “French´s Bar”, en los que trabé curiosas amistades con unas viejecitas fósiles y con unos viejecitos matusalénicos, de esos que se encuentran cada rato muertos entre la nieve. Ellos sacaban, al amanecer, la ajada fotografía de un hijo que habían perdido en la guerra. Y lloraban.
También me hice amigo de prostitutas que al principio de la noche lanzaban risotadas, enseñándome las palabras del slang. Pero al amanecer, sacaban también la fotografía del amante perdido en la guerra. Y lloraban también.
Discutí con los estudiantes sobre la literatura francesa y sobre la existencia de Dios, temas que no son tan poco afines como se piensa a primera vista. Dialogué con los obreros espaldas-mojadas mexicanos  (4) que trabajan en la FORD, los que me explicaron algunas de sus “movidas”  (5)para burlar el hambre y la policía.
Vagué por los barrios negros de Detroit y de Boston, sin poder evitar que me confundieran con un blanco norteamericano, lo que me impidió entrar a un teatro y subirme a un tranvía en un subway. ¡Orgullosos y exclusivistas que son esos malditos negros!
Tuve un amigo en un barrio de blancos pobres, de origen irlandés, en el que carecían de calefacción durante el invierno y no tenían para comer carne sino una vez por semana. Deduje, con toda lógica, que la religión les prohibía calentarse y que eran pobres porque eran vegetarianos…
Vi desfilar, guiados por perros, en camillas, en sillas de ruedas, los mutilados de la guerra. Y pensé en las causas de la guerra y en la conducta médica correcta frente a esos desdichados, muchos de los cuales eran dementes, que ni siquiera sabían que estaban desfilando en el Día Verde de San Patricio. ¿Sabes tú, Pacho, cuáles son las verdaderas causas de la guerra y qué hicieron los médicos rusos con los heridos de Stalingrado?
Supe cómo funcionaba el Blue Shield A y el Blue Shield B, equivalentes gringos de nuestro Seguro Social (ICSS). Y supe cómo no funcionaba la angustia y la necesidad, frente a las magníficas puertas de los hospitales, a menos de que, a falta de dinero, se tuviera la ayuda de una secta religiosa o política.
Conocí a los aristócratas de Boston. Los que van a los museos y a los conciertos en coches tirados por caballos y con lacayos provistos de librea puritanos, se dicen descendientes de los pilgrims  (6) y usan leña, por tradición y por elegancia, para encender la lumbre de sus hogares. Llaman servidumbre con campanilla, sus mujeres se reúnen a las cinco de la tarde a tomar el té. Discuten en su orden sobre el uso pacífico de la energía nuclear y sobre los bordados que están de moda en los manteles.
También conocí el plato típico: “Boston beans”, es decir, fríjoles antioqueños, pero albinos, degenerados, desabridos. Sin arepa . (7)
Y me topé varias veces con el Delito. Es decir con Delio Jaramillo Arbeláez. Estudiaba Legislación y Derecho de Indias, en Harvard University, por cuenta de la United Fruit Company. Y esto ilustra mucho sobre historia colombiana, porque el hecho de que nuestro paisano Esteban Jaramillo, exministro de Hacienda, le hubiera ganado un pleito como abogado particular a la United Fruit Company en un negociado en las Bananeras, puso a los dorados yanquis a buscar un abogado hispanoparlante, ojalá de “raza” Jaramillo, que supiera los enredos que todavía tenemos con los Reyes Católicos. ¡Que vaya si los tenemos, después de la “libertadura”! Porque aquí Pacho, rige todavía el Derecho de Indias.
Y en esta búsqueda de un abogado nativo que pudiera guiar a los yanquis por estos vericuetos del Derecho de Indias, encontraron que Delio –que había sido ya Ministro de Estado– estaba lo más acomedido y lo más simpático vendiendo Coca-Cola y vivamente interesado en hacer consumir esta sana bebida por la población colombiana. De modo que lo encontraron y se pusieron a entretenerlo.
Aparte de su afición por la Coca-Cola, que no le puede faltar, Delio es un gran muchacho. Solo que tiene la maña de que no le gusta trabajar sino con patrón rico. Ahora lo contrataron en el FRENOL.

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No puedo prescindir de contarte que asistí también a una batalla medioeval, en pleno corazón de los Estados Unidos.
Fue días después de haber ido, con Delio Jaramillo precisamente, al monumento a la bruja, en Salem.
Una gran estatua de bronce muestra allí la bruja con el sombrero deshilachado, los ojos desorbitados, la nariz ganchuda, cabalgando en su escoba. Abajo, una lápida de mármol recuerda la excepción. Recuerda al “anormal”. A la oveja negra del grupo. A un Juez “loco” que se negó a condenar a la acusada en base a que los pobladores de Nueva Inglaterra habían venido allí precisamente en busca de libertad. La libertad de profesiones, entre otras.
A pesar de este voto en contrario, que es el que U.S.A. tiene hoy para sentirse “very happy”, así como dice estar “very sorry” por la decisión de los otros, la desdichada mujer acusada de hechicería fue quemada viva. Por razones bíblicas fundamentalmente.
Debes de saber que el buen Dios, Pacho, era muy aficionado a los sacrificios, a ordenar que pasaran la gente a cuchillo, en el Antiguo Testamento.
Aunque por lo que yo he leído, no era muy benigno con los animales según unas respetables damas de Boston, ¡nadie como Dios para haber sido bueno con los animales!
Esas damas y unos caballeros tienen allí una Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales.
Cuentan con varios millones de dólares. Tienen inclusive una clínica con servicio de laboratorio, de Rayos X y de cirugía, exclusivamente para los perros. Los felices compañeros del mísero can, hermano de los parias, ingresan a ella sin necesidad de presentar como los humanos, debidamente cancelado, el tiquete del Blue Shield A o del Blue Shield B.
Pues bien, según esa respetable “Society”, la vivisección está condenada por la religión, es un horrendo pecado a los ojos del buen Dios.

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Todo este barullo se armó porque en Harvard Medical School se hizo una campaña para reclamar una ley del Estado que le diera a Harvard el derecho a reclamar para sí y con destino a la experimentación, los animales y principalmente los perros que se recogían en un coso de Boston.
El tal coso era una institución del Estado que recogía los animales extraviados, un sitio en donde los guardan, los alimentan y los cuidan por un año, pasado el cual los sacrifican. Es el lugar adonde acudir en caso de perro perdido.
Los opositores a la vivisección sacaron grandes anuncios con la fotografía de un niño ansioso, preguntando a las puertas del coso, mientras el empleado, con el animalito zalameramente oculto detrás de su espalda, se preparaba para darle la grata sorpresa de que allí le tenía su amado perrito.
“Si aprueban esta odiosa ley de Harvard –decía la propaganda– esto no volverá a suceder”. Explicaban a demás los antiviviseccionistas, los horrores de la experimentación en los animales.

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La mentalidad yanqui está impregnada de fetichismo bíblico.
No sé, Pacho, si como la gran mayoría de mis colegas, no has tenido tiempo de leer la biblia. Presumo que te has limitado a jurar sobre ella, cuando te graduaste. E incidentalmente te advierto que el libro que tenían en el Decanto para tal fin, no era una Biblia, sino un Misal Romano.
De todos modos te cuento que ese libraco de aventuras contiene las treinta y seis situaciones dramáticas, desde el asesinato y el incesto, hasta el adulterio agravado con crimen político.
En cuanto a los animales, no es muy misericordioso que digamos. Y, sin embargo, la Biblia estuvo en el debate a la orden del día.

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En general, los Pastores Protestantes se mostraban partidarios de la Sociedad Protectora, en tanto que los católicos, con una amnesia política que pasó por alto la noche de San Bartolomé y toda la tradición inquisitorial, se mostraron partidarios del avance científico. Citaron versículos de la Biblia favorables a la vivisección.
Acosados los Senadores por el Estado de Massachussets por las presiones en pro y en contra, convocaron a cabildo abierto en un Estadio de la Universidad. Allí se decidiría el asunto en un combate final.

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Asistí a ese mitin. Presencié tan conmovedora escena de la civilización contemporánea.
Entre los enemigos furiosos de la experimentación en los animales comenzaron a llegar, en flamantes Cadillacs, estirados señores y grandes señoronas, llevando del ronzal sus perritos falderos. Ridículas motitas blancas y negras. Algunas con collares de piedras preciosas. No vi ningún perrazo grande, digno de la tradicional crueldad de Jehová, el Dios de los Ejércitos.
Pero era de verse el contraste entre las furibundas solteronas y los más eminentes, los más solemnes profesores de toda la Nueva Inglaterra, algunos Premios Nóbel, entre ellos. Y el contraste entre las caras juveniles y deportivas, bañadas de buen humor, de los universitarios; y las máscaras inquisitoriales, con todos los estigmas del sadismo, de algunos de los defensores de los perros.
Defensores hembras y defensores machos de los derechos del perro, que podían servir para ilustrar las más espeluznantes narraciones de Agatha Crhistie. Y bondadosas estampas de viejos científicos, que llevaban a sus espaldas montañas de perros asesinados.
Todo ello podría pasar por un pintoresco homenaje a la Democracia.

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Mas había que estregarse los ojos para convencerse de que no se trataba de un espectáculo, sino de un verdadero auto de fe contemporáneo. Del mismo proceso de la Bruja de Salem.
En efecto, iban a jugar allí las mismas pasiones de un siglo atrás. El amor a los niños que las brujas torturan y se comen después. El amor a los perros y a los gatitos, cuyos huesos, así como la piel de los sapos, hacen parte de los ingredientes mágicos del siniestro caldero.
Iban a jugar las mismas ideas, los mismos elementos del juicio: la Religión, es decir, la Biblia contra la Ciencia.
Y la ciencia contemporánea tuvo que mantenerse, todo el tiempo, en el plano de la brujería.
Para el distinguido, influyente público que estaba allí, sus propósitos –los propósitos científicos– eran inconfesables. Sus objetivos, en caso de ser revelados, corrían el peligro de no ser entendidos por muchos millonarios y millonarias, amantes de los perros y actuales o futuros benefactores de Harvard Medical School. Resultaba difícil, peligroso, explicarles que varios centenares de miles de perros, de gatos y de ranitas, desempeñaban solamente el papel de morir lentamente, para que unos estudiantes verificaran las acciones, ya conocidas, de ciertas drogas. O verificaran el normal funcionamiento de un sistema o de un órgano.
Más difícil aún hubiese resultado darles la lista completa de los avances logrados en la experimentación con los animales.
No hubiesen entendido ni una palabra. Y todo el embrollo les hubiese resultado tocado de crueldad y de curiosidad diabólica, de hechicería.
“¿Metabolismo del fósforo? ¿Funcionamiento de unas fibrillas que dizque el perro tiene en el propio corazón?” Palabras enrevesadas, infernales: ionto-foresis, isocronismo, glucogenolisis. ¡Oh Christ!
Quiero decir que no hubo un orador de suficiente coraje como para repudiar la Biblia. Para demostrar que todos los avances científicos se han hecho contra ella, a pesar de ella.
Y no por temor a la hoguera, Pacho. No ya por temor a ser quemados vivos en el sentido físico. Ni por no estar convencidos de las tonterías e incongruencias de la Biblia.
No, por un nuevo monstruo, un respetable monstruo moderno: LOS IGNORANTES MILLONARIOS CON INFLUENCIA EN LA POLÍTICA Y EN EL GOBIERNO.
Los verdaderos dueños de la Universidad.

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El brillante y taimado abogado defensor de los derechos del perro, de los gatitos, de los “pets” de los niños y de las solteronas, estuvo magnífico. Acudió en su discurso a todos los recursos de la estrategia sentimental.
Era uno de los abogados permanentes de la “Society for Prevention of Cruelty on Animals”.
Hizo un discurso dramático en el que los hombres de ciencia aparecían martirizando deliberadamente a los nobles perros, a las poéticas ranas, a las aristocráticas ratitas de raza blanca, a los inocentes y prolíferos conejillos de Indias, a los divinos gatos de Siam y de Angora.
Los experimentadores eran Nerones, Lucrecias Borgias, imaginando toda clase de torturas para infligir a sus víctimas: quemarlas con puntos de un fuego al rojo en las zonas más sensibles y dolorosas de sus cuerpecillos palpitantes; descubrirles meticulosamente los nervios para aplicarles corrientes eléctricas; retardarles la muerte a la que ya los habían condenado, con diversas sustancias, para que la horrible agonía fuese más larga, más cruel. Despojarlos lentamente de la piel, de las vísceras, a fin de complacerse en el sufrimiento. Los dejaban a veces morir de hambre y sed.
Todos nuestros procedimientos experimentales, Pacho, aparecieron bajo una retórica singular, descritos por un acusador implacable, bañados por el reflejo siniestro de la crueldad y de la perversión de los investigadores científicos.
Un público de grandes damas enjoyadas, cubiertas de pieles (que creo eran de animales), de puritanos y de solteronas enamoradas de sus tibios cachorros, aplaudía las parrafadas más agresivas.
Durante las descripciones horroríficas, algunas no podían ocultar las lágrimas, ni los sollozos, ni los chilliditos espasmódicos. Como respuesta, los estudiantes de Medicina ladraban o chillaban, aullaban, maullaban, croaban. Una breve intervención de un científico que hizo notar que los animales los de todas maneras, al año de permanencia en el coso, despertó violentas protestas de las damas y los frenéticos aplausos de los estudiantes.
En previsión a la estrategia sentimental, Harvard Medical había redactado, a marchas forzadas, apenas unos pocos días antes del debate y fechado muchos años atrás, un solemne folleto sobre las normas que nunca se habían seguido, y que jamás se iban a seguir, con los animales de experimentación. Se afirmaba allí por ejemplo que todos los animales eran correctamente anestesiados antes de someterlos a cualquier intervención quirúrgica. Y que en una palabra, todas esas amables criaturas por las cuales suspiraban los de la Sociedad Protectora llevaban una apacible y envidiable vida burguesa en sus hermosas jaulas doradas.
La crueldad contra los animales estaba proscrita en Harvard.
No obstante, de no haber estado presente un numeroso público de estudiantes de Medicina, los protectores y las protectoras de animales se hubiesen lanzado a taconazos, a paraguazos, contra muchas testas dignísimas, calvas o encanecidas cabezas de prominentes investigadores. ¡Todo en nombre de los perritos falderos!
La única manera de aplacar a las damas y de cerrar el debate, fue dar un golpe de teatro. Hacer algo aparatoso, cuidadosamente calculado por el moderno aquelarre: un helicóptero descendió lentamente sobre el estadio, ante la expectativa general.
Los sabios de Harvard hicieron venir volando, desde Washington, a un personaje: el médico personal del General Eisenhoweer, entonces Presidente de los Estados Unidos.
El connotado cardiólogo salió del vientre del prestigioso aparato volante, de uso exclusivo del Presidente y explicó a la furibunda concurrencia de los enemigos de la vivisección que la experimentación en los animales servía para salvar a los niños con enfermedad azul.
En términos de Niño versus Perro, y con enfermedad azul de por medio, Harvard ganó la partida.
Y para mí, Pacho, fue muy conmovedor presenciar un debate tan ardoroso EN DEFENSA DEL PERRO, EN EL MISMO PAÍS QUE LANZÓ LA PRIMERA BOMBA ATÓMICA A LOS HOMBRES.

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En el mismo orden de ideas, en el mismo camino de experiencias politizantes, conocí en U.S.A. una muñeca muy popular. Se llama la Pobre Bárbara o algo así.
Es una muñeca contrahecha, digna de lástima.
Vestirla y mimarla satisface el sentimiento de la compasión en los niños. Los norteamericanos tienen una debilidad por ayudar a los subdesarrollados con la condición de que no dejen de serlo.


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(1) Otto Krayer: Head of Departament of Pharmacolog Harvard Medical School, Boston Mass. U.S.A.

(2)-El  “poderoso” BEXEL hoy continúa vendiéndose en Colombia a pesar del escándalo pasajero que provocó la destitución del Dr.  Navarro.


(3)-El político colombiano Darío Echandía se ha hecho notable por su abulia, hasta el punto de haber preguntado a una multitud que le pedía que asumiera el poder el  9.4.48. “Y el poder ¿para qué?”.


(4) Los obreros mexicanos que van a buscar trabajo a U.S.A. lo hacen sin pasaporte. En consecuencia atraviesan la frontera a nado, de modo que aparecen en territorio yanqui con la ropa mojada. De allí se generalizó el nombre de espaldas-mojadas a los mexicanos sin documentos.

(5) En el argot de los emigrados quiere decir trucos o jugadas para eludir las autoridades.

(6) O Padres Peregrinos 

(7) Especie de pan que se hace con harina de maíz. Es el alimento nacional, especialmente en Antioquia. 

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Texto tomado de Carta abierta a un analfabeta político
Ediciones Hombre Nuevo
Páginas 68 a 85 
Transcripción Revista Corónica 
Carta dirigida a Pacho Arango

Imágenes: Marilyn Monroe doing a USO Show in Korea, 1954 / Cementerio Nacional Arlintong, Estados Unidos / Pacifistas por Elliot Erwitt / Portada Carta abierta a un analfabeta político de Tulio Bayer / Obreros en construcción de Rockefeller Center por Charles Ebbets, New York 1936 / Cazafantasmas, vía Yimmis Yayo's en Tumblr/ Tulio Bayer en una manifestación en paris 1978, foto Jairo Osorio / Vomit, Barbie, montaje de Marile Claton /

Lea también en Revista Corónica:

Tulio Bayer: un rebelde permanente, por Eduardo García Aguilar

Carta abierta a un analfabeta político, reseña, por Stanislaus Bhor

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