World Waste Writing
CÁLCULOS / APROXIMACIONES A UNA POÉTICA DEL LÍMITE
Foto: Carlos M.Pereira |
La metáfora culinaria me ha alejado varios metros del blanco. Es un blanco difícil. Un blanco móvil: Vultureffect (Ediciones UNION, 2011), de Jorge Enrique Lage*.
Volvamos entonces a lo del universo que será escenario del libro y los productos culturales y subproductos. Hagamos una lista: cine de autor, porno y cine puro entretenimiento (por ejemplo); clásicos de la literatura, novelitas rosas, autores contemporáneos malditos o avalados por los emporios de las comunicaciones, y literatura de aeropuertos (por ejemplo); cocina gourmet, slow food, fast food… (por ejemplo); grandes estrellas del cine, la música y la TV; la política y lo político (que no es lo mismo ni es igual); artistas plásticos de renombre, revistería de modas y modos de vida; series para la televisión... La lista podría ser larga. Dejémosla justo con esa extensión porque es ilustrativa. Si todo lo enumerado lo vertemos en una página en blanco y a través de la escritura le otorgamos cierto orden y sentido el caos sería aparente. Estaríamos entonces en el WWW, es decir, en el World Waste Writing. Este tipo de acción escritural y de asociación tiene como substrato la cooltura ―el término es una apropiación un tanto mejorada como solo puede tunearse un automóvil en Cuba (no cito al autor para acercarme así a la frontera del plagio), sin embargo es una ladina máquina de guerra con claras intenciones de sortear barreras y adentrarse en ese “salón” en donde las Artes y las Letras se visten de largo.
¿Cuán eficiente sería esta máquina si todo le sirve, todo lo aprovecha? ¿Acaso no es una verdadera maravilla? El resultado de la misma podría catalogarse como Wonderland, o Garbageland. Bien mirado es más de lo segundo que lo primero. Porque los llamados “subproductos” en Vultureffect, tienen un alto grado de concentración, peso. En este libro la escritura trabaja y se detiene en ellos. Cualquiera podría pensar que hablamos simplemente de reciclaje, de cuidar el entorno en los predios de la Literatura, pero es algo más que reciclar; aquí se trata de meter las patas y la cabeza, también, en lo que resultaría nocivo si se consume por encima de los parámetros indicados, o si es simplemente consumido como por descuido, es decir, un asunto de perfecta adaptación al medio y obtener grandes ventajas del mismo. Pasar de la palomilla al mondongo según esté a mano el alimento.
ORIENTACIONES PARA LEER ESTE MODELO DE WWW
“Aura, también gallinazo: Catahrtes aura. Cabeza desnuda. Plumaje casi negro. (…) Tienen el pico en forma de gancho. Se alimentan de carroña, basuras, frutas, reptiles pequeños y televisión.” Esta cita sintetiza la pieza “Territorios”, tomada de Vultureffect. La cita es perfecta para resumir el mecanismo que subyace bajo la cubierta de la nueva entrega de este Lage —recuerden: Jorge Enrique—; con ella también tendremos una noción de cuál es el tipo de energía que la mueve. La frase es ideal, como punto de partida, para el diseño de una posible estrategia de lectura de esta curaduría de textos breves (no estoy muy convencido de que los textos sean exactamente minicuentos, esa será una duda a aclarar) en donde verdaderamente La Habana (o lo que en el libro ese nombre representa) ha sido narrada “sin el color del verano”, y en la que casi todos nosotros estamos ausentes. Es muy importante la referencia a “nuestro color local” y a la casi total ausencia de personajes que podrían resumir en ellos, con mayor o menor veracidad, ese patrón que llaman cubanía o “ser cubano” —la condición de cubano en esta frase, o en el artículo todo, no es sinónimo de fatalidad—. ¿Qué hacer entonces con esos cubanos que se alejan del modelo o del estereotipo —porque esos también son cubanos? —. Ese otro modelo de Homo Sapiens Sapiens Cubensis tiene más papeletas a su favor en el casting de este libro.
PORNOANOTACIONES / ESQUIZOANOTACIONES
La mano me tiembla. Siento que para aclarar dudas, o para generar más dudas, crearé otra lista. Esta podría tender al infinito, como una serie cuya característica es la ausencia o la aparente ausencia de fatiga o edición. Como en el cine porno. Sobreabundancia. Largas escenas para abaratar costos y desatar los ánimos. Escenas largas que van del eros al didactismo y también al morbo y de ahí al derrame de ciertos líquidos. Cortes y empates de ciertos planos y escenas para reafirmar que no es sencillo pero sí posible jugar en esas ligas aunque el final se sepa de antemano: el derrame de ciertos líquidos. Esta introducción debería tener algún sentido si la pregunta pendiente está relacionada con el género de la nueva entrega de JE. ¿Son minicuentos o minificciones los textos ordenados bajo la cubierta medio verdosa, medio gris, con estallidos blancos y anaranjados? Abro y cierro el libro y recuerdo la increíble paleta de colores que va cubriendo los alimentos en descomposición.
Abro y cierro el libro y sonrío. Vuelvo a sus páginas, releo los textos. No me equivoco cuando pienso: tiene sus ventajas atreverse con la dieta del buitre. Pero asumir una manera específica de comer, de nutrirse, acarrea consecuencias. Eres lo que comes. Padecerás y gozarás sus efectos.
Textos breves como bocados, como porciones arrancadas por JE de cuanto nos rodea. Picotazos. Vultureffect es una mesa buffet variadísima; crudos o cocinados, frescos o en franca descomposición están servidos los platos, y los ingredientes son la literatura y el cine, la ciudad, la música, la TV, la política, lo político y las ciencias, los juegos de mesa, la flora y la fauna citadina, la fotografía y las artes plásticas… (abramos un paréntesis porque me tiembla la mano, y para que no se haga infinita la lista —soy afortunado, esta serie remite a la introducción del texto, al desmembramiento de un cuerpo, o de una poética, o de una manera de contar, de asociar, a una poética del límite o los límites de una poética: este Lage vuela y planea sobre la literatura y clava el pico y sus garras en el cuerpo de Virgilio —el nuestro—, Loriga, Burroughs, Nabokov, Heriberto Yépez, o en las movedizas arenas de Reinaldo, vale aclarar que estos son solo unos pocos nombres tomando en cuenta la variedad y cantidad de autores que habitan en las páginas del libro; las series para la TV también entran en su sistema de asociaciones —¿acaso no son una nueva manera de analizar, entender y acoplarse a la cultura del nuevo siglo y milenio?—; hay en Vultureffect varios mamíferos de lujo cuyo hábitat no solo se reduce al set de filmación o los escenarios de grandes conciertos, viven multiplicados en las portadas de revistas, en DVD’s o CD’s, en las pantallas de cine, PC’s o nuestros televisores, en nuestro ropero, las peleterías, en el inconsciente; hay criogenia, inteligencia artificial, teorías científicas, formas biológicas que van del orden al caos en una Habana que no es exactamente la capital de todos los cubanos, pero que está muy bien conectada con otros nombres de ciudades o ciudades —tan irreales como las narradas por los noticiarios, documentales y diarios—; performances, formas de infringir dolor y proporcionar placer, coloridas instantáneas en donde el dolor desemboca en el placer —también el flujo transita en sentido contrario—, látigos, trajes de látex negro, asesinos seriales, tacones de aguja y comprimidos, dibujos animados, lobotomías y variedades de porn-stars; y para rebosar la copa hay en Vultureffect una banda de ciertos personajes (buitres bandidos) capaces de atracar bancos y supermercados, pinchan los neumáticos de los autos y destrozan los parabrisas, “violan a las mujeres y las mujeres violadas dan a luz criaturas híbridas (…): un buitre capaz de pensar como niño o niña y que, al hacerse mayor, correrá a unirse a una bandada de buitres bandidos”… Pongamos un etcétera en estas esquizoanotaciones —tan faltas de edición, mesura; el temblor de la mano conduce, llegado el justo instante, a la incontinencia— como manera óptima de resumir las porciones servidas por este Lage en su mesa buffet; también hay fluidos y flujos que corren para ayudar a la deglución de tales bocados: sangre, sudor, lágrimas, agua…).
INSTRUCCIONES PARA LIDIAR CON UN BLANCO MÓVIL
En el punto anterior una pregunta quedó sin responder, hacía referencia a la clasificación de los textos de Vultureffect. Intentemos la maroma de la exactitud: que el humor en estas piezas sea “una hipertrofia de la ironía”, violencia y absurdo alternándose, buitres parlantes, diferentes gradaciones del Homo Sapiens Sapiens, que la frontera entre géneros y subgéneros esté diluida, curaduría en donde se concatenan eventos, personajes e historias algunas literal o aparentemente abortadas, jerga o lenguaje típico de los pueblos erigidos en las fronteras (pueblos que conviven entre dos historias y dominan más de una lengua), además de las fuentes utilizadas como sustrato indican que estamos ante un tipo de escritura que ha cambiado de blanco. Un blanco móvil. Por haber cambiado de blanco esta escritura ha mutado, propone nuevas reglas en el juego. Ese blanco móvil en su sistema circulatorio tiene una mezcla de sangre y gaseosas, además puede camuflarse entre las luces de neón o en la abigarrada paleta de colores de las grandes pantallas ensambladas con diminutos leds. Difícil es acertar la diana, pero no imposible. Quizá sea arduo convencerlos de que esta aventura es real, posible. Llamémosle a estos textos piezas narrativas que por su extensión son de aparente corto aliento, y que por su contenido y substrato intentan poblar, desde la diferencia, un territorio al que muchos se han ido atreviendo. Ya ven, no se me dan las clasificaciones, igual podría llamarlos “esquirlas de aparente escaso poder letal”. Él los llama buitrextos, es la clasificación perfecta. Ya lo dijo este otro Lage en una entrevista, se trata de “narrar con esa sustancia que queda, como un malestar, como una indigestión, en el interior de la historia que estás contando”.
Escritores que conozco arrugan la nariz cuando la escritura de Jorge Enrique Lage asoma su testa y las alas en la conversación. La arrugan todavía más si en la conversación se habla de su libro El color de la sangre diluida. Cuando Carbono 14. Una novela de culto aterrice como un zopilote en las librerías, arrugarán más que la nariz y dirán que el autor se pasó con el título. Los entiendo. Comprendo la reacción. ¿Qué hacer ante un dispositivo que ha encendido los motores y emprendido una larga marcha para alejarse de la órbita del realismo en una ciudad en donde muchos ya no están para eso (para el realismo) —un dispositivo o máquina narrativa o máquina de guerra que tampoco está para la irrealidad porque “la irrealidad cansa” (esta larga interrogante aprovecha una idea del inicio de la novela Carbono 14…)? Las pornoanotaciones o esquizoanotaciones son las pistas para saber cuáles podrían ser, o son, los predios o límites de su poética, o la poética del límite. Un territorio de delito, deleite. Camino o terreno pendiente arriba, o abajo, que al asociar, al encadenar, al aprovecharse de géneros y subgéneros, o de la carne de primera o subproductos, te obliga a arrugar la nariz, a preguntarte qué terreno pisas, qué es lo que tienes delante y hacia dónde se mueve, dónde está lo cubano en esa poesía —perdón, en esa narrativa—, cómo dispararle y derribarlo, y si Vultueffect está formado por minicuentos, por qué demonios no tienen el acostumbrado sabor y textura de las minificciones. Y la respuesta es: repetir desde la diferencia. Es una larga marcha parecida a una fuga. Ir alejándose con diferentes protocolos de lectura, de escritura, y planear (“planear” en su acepción de “proyectar, concebir”; “planear” como sinónimo de vuelo que aprovecha un empuje externo) como un buitre. Pero lo cubano en esa narrativa está. ¿La dosis? Tiene más de Piñera y De Marcos que de Lezama y Carpentier. Volvamos a lo de “larga marcha parecida a una fuga”; el ejemplo idóneo está en el atletismo, en esas carreras de 10 000 metros o más. Cuando intentas distanciarte del pelotón debes calcular muy bien tus fuerzas, nunca improvisar sobre la marcha, de lo contrario “explotas”, y si llegas, terminas muy mal parado. Este otro Lage lo sabe, es un corredor cada vez más ladino.
Cada vez que la máquina narrativa de Jorge Enrique Lage suena el fotuto, más de uno arruga la nariz. Los entiendo. Comprendo la reacción. En sus textos la tesitura de las emociones no arrancan lágrimas, suspiros, no arrastran a ningún terreno de tu vida pasada en este soleado archipiélago, ni siquiera por una forzada asociación. Ya lo advertí: es La Habana (o el territorio que ella representa) “sin el color del verano”. En ella casi todos estamos ausentes.
Para muchos sus textos son como “una mueca incomprensible, alguna forma de la locura”. Tal como dice un personaje de Onetti en Vultureffect: “es preferible leerlos horrorosos, como bichos deformes, como animalitos a los que les sobran las patas, ojos, cuernos… Es decir: están mal por estar bien.”
ORIENTACIONES
¿Estrategias de lectura?
1. Páginas a picotear.
2. Meter las patas, la cabeza y el cuello en donde te dijeron que no debías, no podías o no era recomendable hacerlo. Meterlas incluso en los peores paisajes que nos deparan el alma y el cuerpo del ser humano.
3. Abrir los brazos —o las alas— cuando en el cenit está aparcado el sol.
Ya verás qué sucede.
* Jorge Enrique Lage (La Habana, 1979). Es licenciado en Bioquímica, narrador, especialista del Centro de formación literaria “Onelio Jorge Cardoso”, jefe de redacción de la revista de narrativa El Cuentero y editor de la Ediciones Cajachina. Entre 2005 y 2008 participó en los proyectos digitales 33 y 1/3 y the revolution evening post. Ha publicado tres libros de cuentos: Yo fui un adolescente ladrón de tumbas (Editorial Extramuros, 2004), Fragmentos encontrados en La Rampa (Editora Abril, 2004) y Los ojos de fuego verde (Editora Abril, 2005), El color de la sangre diluida (Letras Cubanas, 2007) y Carbono 14 Una novela de culto (Ediciones Altazor, Perú, 2010).
El dolor de la belleza
Era una candente mañana en la que, sentado en la azotea de un edificio en Centro Habana, terminé de leer Sexo de cine —Visitaciones y goces de un peregrino— (Ediciones ICAIC, 2012) del narrador y ensayista Alberto Garrandés*. Era febrero, era mi edificio, y mi ciudad. Desde la sombra veía fachadas semiderruidas por el clima del Trópico, la desidia, la pobreza. Ruinas y trapos limpios al sol. Altos edificios y caserones. Entre los inmuebles el mar. Releí el último párrafo del libro: “Seguiré escribiendo por las mismas razones que me mueven hoy a escribir, no importa si se trata del sexo o de la vida posible en la mancha roja de Júpiter. Necesito saber, y no encuentro manera más satisfactoria ni más eficaz que la que me proporciona la escritura.” Volví a cerrarlo, a mirar la ciudad —o las ruinas de esta parte de la ciudad—, el mar. Y creo saber, ahora, el porqué de la emoción, es decir: la punta del índice enjugando cierta humedad a punto de precipitarse mejilla abajo.
Sexo de cine no es únicamente un libro en donde Garrandés se propuso hablar de sexo y cine, de películas en las que el sexo estalla o implosiona de maneras diversas, o “de un tipo de sexo que sólo existe gracias al cine y su condición de artificio imantado dentro de la cultura”. Su estructura no es un monolito de puro fierro, es el fragmento o la esquirla la unidad primaria, las cuales a su vez se agrupan en cuatro compartimentos (Intensidad y sobreexposición; En los límites: formas sacramentales; Semiosis de lo invisible; Notículas; hay, además, en este flujo de ensayos breves, una suerte de coda en donde dialogan dos voces: Entre fisgones); no son espacios estancos, las ideas se trasvasan.
Sexo de cine aparenta ir únicamente al sexo —explícito o subliminal— en el Séptimo Arte, a la entrega total de los individuos en el escenario donde tiene lugar el amor, el sexo, y a los símbolos o construcciones simbólicas que el individuo ha ido creando y modulando en su devenir. Soy ingeniero mecánico, o fui. Los automóviles son una de mis pasiones; mi formación técnica me es muy útil para definir este libro: Sexo de cine es uno de esos SUV o todoterrenos de lujo: potencia, rapidez, exactitud, multiplicidad, incluso levedad. Sexo de cine como un Land Rover Discovery, BMW-X6, o como el Porshe Cayenne. Y si establezco tal comparación es porque este conjunto de ensayos no trata solo de cine o sexo de cine; es en extremo endemoniado, sus líneas de fuerza atraviesan también los terrenos de la política y lo político cuando hace referencia al ejercicio del poder y los excesos o perversiones de ese poder, la fragilidad de la vida humana, las libertades del deseo (el deseo como algo verdaderamente revolucionario —potenciar la fuerza de actuar, las ganas de vivir). Garrandés va a por más y habla de las máscaras, del carnaval, de los aparentes límites del sexo, de lo que nos atrevemos a decir y narrar sobre él, y en especial de lo que callamos; de cómo el individuo arriba al sitio en que verdaderamente se expande y llega a mostrarse en su real magnitud e intensidad. Este 4x4 se adentra incluso en los movedizos predios de la literatura, dejando como clara huella de su paso (¿una suerte de guía o camino a seguir para evitar atascamientos?) las siguientes nociones o dispositivos básicos para la ficción: verdad artística, verdad factual, verosimilitud y rendimiento estilístico. Y como si fueran pocos los terrenos explorados por esta elegante máquina de análisis, Sexo de cine se aventura en los intersticios del individuo, en sus agenciamientos, en los dispositivos desde los cuales se proyecta: “El sexo y el cuerpo deforman y condicionan el contexto, por lo cual toda historia sentimental del cuerpo es una reducción esencializada del diálogo del Yo con el entorno”.
¿Hay legitimidad y aptitud en la sumisión y en el acto de someter? ¿Forman, o no, parte del paisaje del amor? ¿Cómo ve y entiende el subyugado y el que somete? ¿No somete también el que es sometido? ¿Cómo me ve El Otro, cómo me veo en El Otro? La aventura del cuerpo, supongo, es también la aventura del deseo; ese ser que se aventura —y que está política, económica y socialmente regulado o dominado— en ocasiones se emancipa, disiente, convoca, y en el entorno de lo privado gesta su propia república independiente en la que, llegado el momento, en pareja o tríos (o sabe Dios qué otra combinación aritmética), subyugado por la belleza, gozando ese placentero dolor, ejercerá su propia tiranía (incluso cabe la posibilidad de su derrocamiento).
Dice Garrandés: “El sexo habita en la posteridad de las palabras que lo enuncian o describen, y la anterioridad del deseo antes de enfrentarse a lo real y realizarse en él (o lo que sea que eso, lo real, signifique)”. Hablar, explicitar y enunciar son actos peligrosos, incluso infernales, en el momento en que los cuerpos habitan el espacio del sexo. Cuando la disertación del individuo pasa de los fluidos intercambiados a los flujos del discurso, y si tanto el intercambio de fluidos como el flujo de ideas es motivador, placentero y vital, algo cambia irremediablemente entre los actores del episodio ejecutado. Hay una transformación. De alguna manera el sujeto ya no es el mismo, y si repite, lo hace desde la diferencia. Será el inicio de una suerte de adicción, de loca tendencia a la posesión del alma, el cuerpo, las ideas, adicción a lo que de dolor y tortura conlleva. ¿Esos son los acordes del amor? ¿Es lenguaje y acto más que una ilusión?
La ingeniería y diseño de Sexo de cine le confiere también una suerte de efecto óptico (¿acaso juego de espejos?). Al avanzar en la lectura, en el análisis, al establecer el link entre ensayo y película, al recordar las escenas sugeridas por Alberto Garrandés, podría ocurrir una suerte de permutación según la experiencia de vida del lector. Es muy probable que en sus páginas veamos reflejado nuestro rostro o el de alguna de nuestras parejas o amigos. Quizá en esa superficie bruñida nos encontremos sonriendo como un ángel, o con la histérica risa de la hiena. Si nos atrevemos a más, puede que en esos espejos veamos el cardenal en el hombro o la espalda, copas y platos vacíos, sábanas o prendas interiores manchadas, incluso el gesto de alguien que nos llama.
* Alberto Garrandés (La Habana, 1960). Narrador y ensayista Durante años se ha dedicado al estudio de la novela y el cuento cubano en la contemporaneidad, resultado de lo cual destacan libros como Presunciones (2005), El concierto de las fábulas (2008) y La lengua impregnada (2011). Como novelista se le conoce por Las potestades incorpóreas (2007), Días invisibles (2009) y Las nubes en el agua (2011), con la que obtuvo en el 2010 el Premio Italo Calvino. Es el cuentista de CiberSade (2000) Rapunzel y otras historias (2009). Ediciones San Librario de Colombia publicó su poema Kashmir. Ha realizado varias antologías del cuento en Cuba y del relato fantástico internacional.
La peligrosa persistencia de las ideas
“El perro tiene cuatro patas, pero coge por un solo camino”, así le dije a Jamila Medina una tarde en el extrarradio de la ciudad. Ella me hablaba de narrativa y yo la pensaba horadando el papel (y su cabeza), con la punta afilada o roma de un atado de versos. Me fustigó con sus ojos/canicas grises. Persistí en mi idea del perro, las patas, el camino, y los versos como tercos gusanos horadando la blanca piel de un conejo. Y sus ojos ahora de añil eran igual de agudos, pero en una tesitura más cordial. Debo consignar que ambos permanecíamos, inmutables, entre la terquedad y la sonrisa. Y esa fue la suerte: la persistencia de las ideas. Porque de los dos, ninguno estaba equivocado. A estas alturas, leyendo y conectando los libros que hasta el momento ha publicado Jamila Medina/Jamila M. Ríos/J. Medina Ríos* (según el género en que se adentre elige entonces un nombre/máscara, y esto es, en Jamila, el ensayo, la poesía y la narrativa), el manantial/torrente de palabras, el rumor/graznido/canto, el cardenal o la furnia como sorpresa al desandar la superficie de sus textos son, digamos, las trazas de su escritura. El lenguaje y la lengua como deleite y delito, paladear y patalear, contaminar, contaminarse.
En el cuaderno de cuentos Ratas en la alta noche (Malpaís Ediciones, 2011), el lector encontrará diseminaciones, agujeros de araña, despeñaderos… Supongo que debo alcanzar cierta legibilidad en esta sucesión de impresiones tras la lectura del libro (su primer libro escrito, pero el cuarto en salir publicado), para ello tendría que comenzar con una alerta: hay en las páginas una sucesión de textos de placer y textos de goce (el placer que puede ser enunciado, dicho, incluso como postura desde la cual se ejerce una política o ejercicio del criterio no sin cierta dosis de tiranía; y el goce o trabajo de zapa, ignición, corrimiento de los límites de todo lo permisible, o habitar con desparpajo la piel de otro personaje/marioneta/homúnculo). Dicho esto, cabe entonces pasar a un plano otro, que no segundo o secundario: el de la historia o las historias; en Ratas en la alta noche lo que se cuenta no es el ovillo que al correr se deshace en una línea a seguir, es el texto de Jamila Medina ovillo que cae y a la vez furnia, peso y vacío, mantenerse en la inercia incluso luego de pegar contra el suelo. Jamila Medina, al solazarse entre flujo de ideas y palabras, va fundando y fundiendo una escritura, un modo de decir, hacer, su revolución personal, su disidencia, su propia jerga. En las historias compiladas en Ratas… van de la mano la soledad, la incesante búsqueda de la belleza, el dolor que inocula en la mente y el cuerpo la belleza, la entrega a pesar de la alta resistencia de quien es objeto de deseo, de búsqueda. La carne es penetrada con voracidad, otra y una vez, por la propia carne (labios/penecillos/lengua), el dolor, la ira. Los personajes/marionetas/homúnculos parecen tener vida propia, parecen tener sexo, incluso parecen erotizarse, vivir, disfrutar, pero cierta fatalidad tan real como el cáncer los cercena. “Una mascarada del destino”, nos parece decir Jamila Medina, o: “No cruces los dedos, belleza, por más que nades terminarás en la orilla”.
Estos cuentos, en su devenir, se aceleran como puntas de flechas envenenadas, o se vuelven remolones cuando el flujo del discurso desplaza casi por completo la historia narrada (no debo pasar por alto las delirantes notas al pie, los cuadros de textos que aparecen en medio de una sucesión de imágenes o parlamentos tal como fuegos fatuos). Algunas piezas narrativas de Ratas en la alta noche tienen la impronta del texto que busca la ilusión de realidad, en ellos los personajes se encadenan a una sucesión de eventos, otras simplemente giran y estallan alrededor de uno o varios estados de ánimo. Juego de espejos, performance, teatro del absurdo, burbuja de gas, cuentos o piezas narrativas como abortadas novelitas gaseiformes, galería de ratas, exposición, confesiones, tartamudeo, jerga.
Ha pasado el tiempo, Jamila no estaba equivocada, tampoco yo. El perro tiene cuatro patas, pero coge por un solo camino. Un camino que es uno y varios al mismo tiempo. Hacer una parada y orinar, marcar el territorio. Se trata de persistir en las ideas, armonizarlas con el exterior, de utilizar, como en el aikido, la fuerza y la resistencia del contrario.
* Jamila Medina/Jamila M. Ríos/J. Medina Ríos (Holguín, 1981). Filóloga, editora, narradora, poeta y ensayista. Codirigió la Revista Estudiantil Upsalón de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Ha publicado los poemarios Huecos de araña (Premio David 2008, Ediciones UNION, 2009) y Primaveras cortadas (Proyecto Literal, México D.F., 2012) y Diseminaciones de Calvert Casey (Premio Alejo Carpentier de Ensayo 2012, Letras Cubanas, 2012). Con “País de la siguaraya” obtuvo la Beca de Creación Prometeo 2012 que otorga la revista La Gaceta de Cuba.
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